06 octubre 2014

FERNANDO ROSAS, MUCHO MAS QUE UNA BATUTA



Tal vez no es casualidad que, desde 2013, la sala dónde funciona el Departamento de Desarrollo y Comunicaciones del Centro Cultural Estación Mapocho lleve por nombre Fernando Rosas, fallecido el 5 de octubre de 2007. Es que quisimos rendir homenaje al amigo, vecino, colega gestor cultural y director de orquesta que solía visitarnos al mediodía para -entre otras cosas- almorzar, contar sus cuitas y terminar soñando un nuevo proyecto. Hoy, su figura tiene réquiem, su herencia es una sólida fundación de orquestas infantiles y juveniles y es objeto de merecidos homenajes.

Fernando tuvo mucho que ver con mi vocación... de periodista (como músico habría perdido el tiempo). Fue el primer entrevistado, cuando ejercía como reportero del diario mural El Independiente, publicado en el patio central del colegio de los Sagrados Corazones de Viña del Mar, del que ambos fuimos alumnos. Nos conocimos con ocasión del Festival del Cantar Juvenil, él como Jurado, arrastrado hasta una sala de clases que oficiaba como redacción y dónde carraspeaba una pequeña grabadora Geloso que había sustraído bajo préstamo forzado a mi padre. De la gentil disposición a atender a estos "periodistas de cuarto año de humanidades" sólo pude encontrar una crítica (tarea que se autoasignaba El Independiente): su voz de Pepepato, ese personaje del humorista Firulete que se reía del hablar engolado de los pitucos de entonces. Lo demás, una clase de música popular y sobre todo, de estímulos a este festival juvenil que se alzaba a la sombra del naciente Festival de Viña. De Fernando aprendí que su corazón era generoso y que estaba dispuesto a todo cuando de jóvenes se trataba.
Nos reencontramos al caer la dictadura, en los pasillos del Ministerio de Educación, donde oficiaba desde hacía un tiempo como director de la Orquesta de Cámara, elenco que junto al Ballet Folclórico Nacional y el Teatro Itinerante -que ensayaba en la vecina sala Camilo Henríquez, encabezado por René Silva- constituían el departamento de Extensión Cultural de dicho ministerio, situado en el tercer piso del edificio y gobernado, ya en democracia, por la socióloga Ana María De Andraca. Supo mantener viva la orquesta mientras que el ballet sufrió una importante escisión, que dio nacimiento al Ballet Folclórico de Chile (BAFOCHI) en 1987; el Teatro desapareció en 1991. 
Pero, su principal ocupación en el edificio de Alameda 1371 estaba varios pisos más arriba, en el séptimo, donde está el gabinete del Ministro. Allí, Ricardo Lagos escuchaba sus sueños respecto de la creación de orquestas juveniles e infantiles, muy bien acompañado por su esposa, Luisa Durán. Varios viajes a Caracas, reuniones con el maestro José Antonio Abreu, Ministro de la Cultura, Vicepresidente y Director del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) de Venezuela, entre 1989 y 1995. Siempre inspirado en el señero ejemplo del maestro serenense Jorge Peña Hen, asesinado por la Caravana de la muerte, en 1973.
Cuando Lagos accedió a la Presidencia, tuvo buen cuidado de asegurar la cercanía del proyecto con La Moneda, depositando su dependencia en el gabinete de la Primera Dama. No pudo tener Fernando una mejor madrina. El proyecto devino en fundación el 2001 y aseguró financiamiento vía presupuesto nacional. Encontró sede en la antigua Casa Amarilla que fuera residencia del jefe de Estación de Mapocho y se desparramó por Chile.
Incansable, Fernando tenía otro amor: la Fundación Beethoven. Recurrió por él también ante el Presidente Lagos. Lo que motivó, en vísperas de semana santa de 2000, un sereno llamado presidencial: -Arturo, ¿pueden ustedes hacerse cargo de administrar el Teatro Oriente? -Lo voy a estudiar Presidente. -Ya, entonces el lunes me contestas. La curiosa tarea que culminó un domingo de Resurrección, arrojó una fórmula que permitió que, desde ese año, la Fundación Beethoven pudiese presentar allí su temporada y asegurar que durante tres años el recinto tuviese números azules en su operación.
Con tanto ajetreo, no debí sorprenderme que, deambulando por los cerros porteños descubriera que Fernando era hijo de don Lautaro Rosas Andrade, alcalde de Valparaíso entre 1928 y 1930 quién fundó el museo naval, construyó el estadio Playa Ancha (hoy Elías Figueroa) y adquirió el edificio del municipio local. Fernando nunca me había mencionado tan potente antecesor, tampoco al parecer muy detalladamente a su hija Magdalena, primera directora regional del Consejo Nacional de la Cultura  en Aysén y actual gestora del la orquesta de Marga Marga, quien se fascinó con las revelaciones sobre su abuelo, llegando a publicar un libro al respecto.
Los sueños de Fernando tenían sus ángeles guardianes, varios de ellos, lo acompañan desde sus aventuras viñamarinas como la creación del colegio Patmos. Uno de ellos, Ernesto Rodríguez, me confesó cuando en alguna oportunidad quería abandonar, por inviable, otra de sus aspiraciones: -A Fernando no hay que juzgarlo, sólo hay que quererlo.
Gran lección. Así no más es, Maestro.

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