09 enero 2014

SOBRE TEATRO, MÚSICA CLÁSICA, SALAS Y FESTIVALES


Una obra de festival de teatro, Stifters Dinge, que sustituye la presencia de actores por cinco pianos verticales y una delicada música clásica, hace pensar y compartir las inquietudes de una nueva publicación virtual musical, La-clasica, que se pregunta cómo explicar el fenómeno del Teatro a Mil y ¿por qué no se ha consolidado un evento similar en la música clásica?  ¿Puede la música docta apuntar a públicos populares?, se inquietan. ¿Sería posible que los teatros nacionales se unieran en un esfuerzo común para generar un festival de gran envergadura?, se preguntan. ¿Debiésemos soñar con espectáculos masivos gratuitos de música clásica? Aparentemente no.


Ello porque la experiencia demuestra que los músicos quieren primero la casa y después actúan. Los de teatro actúan y luego piden casa. Y en tiempos de escasez de casas, la segunda estrategia parece ser más eficaz.

Tengo buenos amigos que todavía sueñan con una gran sala de conciertos en Santiago, sin considerar que ya no se edifican teatros individuales, sino que se construyen complejos de varias salas, en la que alguna de ellas se destina exclusivamente a conciertos, ejemplos hay muchos, el más conocido es la Ópera de Sidney, un conjunto de cinco salas con espacios de servicio común y programación especializada en cada una. Así fue concebido nuestro inconcluso GAM, que aguarda su gran sala multiuso mientras ocupa intensamente sus salas de concierto y artes escénicas.

Por otra parte, muchos de nuestros "teatreros", formados en la escuela de Arianne Mnouchkine, postulan que cualquier lugar es un espacio escénico posible, como acontece en el grandioso festival Fringe de Edimburgo. Eso vale para el teatro experimental en el que ellos creen, pariente cada vez más lejano del teatro de improvisación o sin dramaturgia.

Sólo después de varios festivales como FITAM, que nació en el Centro Cultural Estación Mapocho y se adaptó con regocijo a los espacios entonces disponibles, se advirtió que también existe el teatro de sala, pero que es más costoso. Requiere de espacios bien acondicionadas y de ingresos mayores pues las compañías profesionales tienen también otro nivel de gastos. Por eso existe el Festival Internacional de Edimburgo. Así como allá primero fue el Internacional y luego el Fringe, acá fue primero el marginal y mas tarde el internacional. Entonces surge la necesidad de salas adecuadas y se mira… a las de música como el Municipal de Santiago, el regional del Maule, multiusos como en municipal de Las Condes o -paradojas del destino- volver al Centro Cultural Estación Mapocho con la propia Mnouchkine, en 2012, o en 2014, con Stifters Dinge.

Crear salas de música lleva tiempo y mucho dinero, pero su resultado final es positivo, como ocurrió con el Aula Magna de la UTFSM, el Teatro del Lago en Frutillar o la sala de conciertos del GAM, porque deben someterse a exigencias cada vez más rigurosas de acústica. Ello revela que cuando hablamos de música hablamos de infraestructura y de grandes inversiones públicas que algunos todavía confunden con el antiguo concepto de teatros municipales, largamente superado, aunque todavía anhelado por algunos alcaldes.

Hemos avanzado en Chile al comenzar a hablar de teatros regionales como el del Maule o los más recientes de O’Higgins o Punta Arenas y los que vienen en Iquique, Coquimbo y Bío Bío. Ello encierra una pequeña sorpresa pues ese concepto esconde el hecho inevitable que tendrán un uso relevante para la música, como ya ocurre con el de Temuco.

Mientras, la música clásica ha transitado por otros senderos, como el de la formación de audiencias, vía orquestas y bandas infantiles y juveniles, aunque recientemente algunos han puesto énfasis más en la proyección internacional de los mejores cuadros allí formados, que en la proliferación de nuevas agrupaciones.

Otra diferencia con el teatro está en que éste suele aliarse con la TV y por tanto a los “rostros”, una forma de acercar el arte al poder, pues algunos llegan a ser “atr-actores de votos" además de actores. No imagino a un director de orquesta, como Juan Pablo Izquierdo, a pesar de la dependencia estatal de su conjunto de cámara, llamando a votar por determinado candidata o candidato, tal vez porque no tendría la convocatoria de un rostro. No obstante, nuestra música está generando -lejos de las pantallas de TV- nuevas batutas como Alejandra Urrutia y Paolo Bortolameoli.

En definitiva, el teatro tiene capacidad de "invasión" de espacios, mientras para la música clásica, es complejo hacerlo

Adicionalmente, la música se envasa y lleva a casa, el teatro hay que vivirlo, no hay -hasta ahora- grabación que que lo reemplace, aunque comienzan a abundar obras que integran la transmisión de imágenes simultáneas, de calidad cinematográfica, en las obras, como la magistral Opening night.
Quizás por ello el teatro, llena las calles, las plazas y... también las salas. A la inversa, un equipo musical con alta tecnología se acerca bastante a la experiencia de escuchar una gran orquesta en vivo. Para estimular las diferencias entre lo vivo y lo grabado, son necesarias salas costosas y de magnitudes que no llegan a sustentar el costo de lo presentado.

Entonces, se hace indispensable la intervención pública para construir, mantener y alimentar esos templos de la gran música, insertos en complejos culturales.

Corresponde por tanto comenzar a pensar cómo se evita que esas salas con financiamiento público puedan mantener independencia del estado financista.

Afortunadamente, nuestra experiencia en corporaciones culturales privadas sin fines de lucro está disponible. Y con buenos resultados en la gestión de espacios.

Adelante pues con las políticas publicas de fomento de la música clásica. Dentro de la cuál la edificación no puede estar ausente. Es más permanente que cualquier festival.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario