15 mayo 2007

¿SE DEBE PAGAR POR LA CULTURA?

Tres episodios recientes llevan a reflexionar sobre la relación costo y precio en actividades con audiencias masivas, sean éstas culturales o no. El anuncio de cantautor Silvio Rodríguez de que hará un recital gratuito, en Talca, para reparar a quienes no pudieron asistir a otro recital que suspendiera porque consideró “muy caras” las entradas. Los desordenes producidos por el exceso de público en un partido de Colo Colo cuya entrada había bajado bruscamente a sólo mil pesos, bastante menos de lo que habitualmente los aficionados están acostumbrados y dispuestos a pagar. Y la actitud generalizada –estimada en un 40%- de usuarios del sistema Transantiago que resuelven no pagar por el servicio recibido arguyendo que éste es malo, por ende, no se paga.


Las tres situaciones hablan de una mentalidad extrema, es decir, que las opciones frente a un servicio o espectáculo determinado son sólo pagar todo o pagar nada (o un precio irrisorio como en el caso de Colo Colo).

En los tres casos, se hace caso omiso del principal responsable del eventual pago: el público.

Rodríguez desconoce que hay (habemos) personas dispuestas a pagar y bastante por asistir a un recital suyo en una sala tan adecuada como es el Teatro Regional de Talca, desconoce que incluso, estas personas están disponibles para subsidiar por la vía de esa entrada cara a otras personas que, estando interesadas no pueden pagar un precio elevado. Es decir, está exponiendo al público, a la sala y a sus responsables a una situación semejante a del estadio de Colo Colo.

Los responsables de fijar los importes de las entradas de dicho estadio desconocieron que con ese precio, con su equipo en una expectante situación deportiva, en un fin de semana apto para panoramas familiares (celebración del Día de la Madre), jugando frente a un rival tradicional y popular, los aficionados iban a desbordar la capacidad posible. Y pagaron caro el error, desafortunadamente no sólo ellos sino también su público (que dudará en retornar a ese espacio al menos con su familia), el recinto mismo (que sufrió daños materiales), la organización nacional del fútbol (que planeaba proponer esa cancha para torneos internacionales de la Selección Nacional), la policía (que debió lamentar heridos y destinar recursos que financiamos todos los chilenos para intentar controlar la situación).

Quienes no validan su tarjeta Bip al subir a los buses, es decir, no pagan por ser transportados (bien o mal) más que protestar por una mala calidad del servicio, están agudizando o prolongando la crisis de un sistema cuyo objetivo es beneficiarlos. Es decir, se están perjudicando a sí mismos.

Como se ve en estos casos, la gratuidad o el precio irrisorio generalizado causa perjuicios, tal como la gratuidad en espectáculos artísticos y culturales realizados en recintos inadecuados no contribuye a la formación de audiencias.

La respuesta frente a estas situaciones es salir de la falsa distinción entre “el todo o nada” y moverse en esa larga línea continua de posibilidades que se encuentra entre ambos polos.

Silvio Rodríguez podría hacer un recital con precios diferenciados: para público productivo, estudiantes, adultos mayores (¡Sí, ya tiene fans en ese segmento!), amigos de la sala, organizaciones sociales…

Colo Colo podría destinar algunos de sus amplios recursos, ahora fluctuantes en la bolsa, a estudiar sociológicamente a sus seguidores y descubrir así cuales son los precios que se debiera cobrar de modo de cumplir el doble objetivo de tener audiencias estables que puedan disfrutar del espectáculo que desean, sin arriesgar su integridad ni la del estadio.

Los usuarios de Transantiago debiéramos hacer un esfuerzo por pagar la tarifa ahora y colaborar así a no agudizar una crisis que, si se prolonga (entre otras cosas por los evasores) nos va a perjudicar a nosotros mismos. O ¿quién cree usted que va a pagar finalmente con sus impuestos los costos de la crisis prolongada? A todas luces es mejor ir haciéndolo desde ya aunque sea en “incómodas” cuotas diarias.

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